La silueta del vino ¿Perdemos o cambiamos las formas?

La silueta del vino ¿Perdemos o cambiamos las formas?

· · · Por algo el vino en tetrabrick no está presente en ninguna carta de vino con un mínimo de dignidad.

El recurrente dilema entre qué es más importante, si el continente o el contenido, pocas veces tiene una respuesta que satisfaga a todos. Si el asunto lo trasladamos al vino hay irreductibles que están poco dispuestos a hacer concesiones con respecto al recipiente que ha de contenerlo, lo cual es comprensible cuando todo cambia tan aprisa que por mucho que nos resistamos, el mercado y la rentabilidad ganan terreno a los rituales.

 

Falta bastante para que la silueta de la botella de vino sea un lejano recuerdo de nostálgicos que vivieron otros tiempos -como es el caso de los LP, cassettes, diskettes, máquinas de escribir e infinidad de artefactos que pertenecen al mundo analógico- no obstante las botellas traslúcidas, verdes o amarillas de las cuales hay un interesante repertorio según la cantidad de centilitros que contienen en alguna de las cinco formas clásicas –Borgoña, Bordelesa, Rhin, Cava o Champagne y Jerezana- tienen un fiero competidor que se llama Bag in Box, que no es otra cosa que vino en bolsa.

 

 

Para quienes se lo estén imaginando y llevándose las manos a la cabeza, cabe recordar que la dieciochesca costumbre de almacenar vino en envases de vidrio, pudo resultar tan extravagante como la idea de ponerlo en una bolsa, porque hasta entonces se libaba vino proveniente de  vasijas de barro, jarras de cerámica, tripas de animales y barriles de madera, hasta que poco a poco se llegó a la botella que podría estar empezando a experimentar un largo proceso mutante hacia la bolsa de plástico como envase.

 

Si bien todo tiene un límite y se puede argumentar que por algo el vino en tetrabrick no está presente en ninguna carta de vino con un mínimo de dignidad, la reducción de costes de transporte y almacenamiento que ostenta el Bag in Box puede ponérselo difícil a la comercialización en botellas, más aún cuando se trata de rentabilizar y asegurar que el producto llegue intacto –vamos, sin romperse- tras largos recorridos terrestre en países tan enormes como Rusia o China, además de que la gama de vinos jóvenes parece estar comportándose mejor en este tipo de envases. 

 

 

Otra de las contiendas contra el artificio que todo lo invade está en la utilización de tapones de corcho aglomerado, sintéticos, técnicos o de rosca en lugar de los de corcho natural. En este debate hay un amplio prontuario a favor y en contra, que va desde los que hablan de asfixia del vino o sabor a plástico hasta los que proclaman su inalterabilidad debido a la fiabilidad de los modernos materiales inorgánicos. También están lo que reconocen las virtudes y desventajas de cada uno, matizando que lo vinos de autor, crianza, reserva y gran reserva siempre van a necesitar ese margen de imperfección que obra el milagro a lo largo del tiempo, mientras que vinos de alta calidad pero destinados al consumo inmediato ni ganan ni pierden con la rosca o la gama de sintéticos.

 

Puestos a tolerar no sé qué será peor, si el vino en bolsa o una botella de plástico con todo y su etiqueta, que podría ser como las copas de plástico que parecen de cristal con las que muchas mesas aparentan lo que no son. Siempre podremos resistirnos y aferrarnos a la botella porque al final de cuentas es una cuestión sensorial que primero afecta a la vista y luego al oído, porque el vino se cata con todos los sentidos y no puedo imaginar algo más soso que el sordo sonido del plástico, por mucho que contenga o reciba un elíxir digno de los dioses.